Dicen que hay recetas que no solo alimentan el cuerpo, sino también el alma. Que cuando las preparas, la cocina huele a infancia y el corazón se te llena de calma.
Este arroz con leche es una de esas recetas. En mi casa, era el postre de los días especiales. De los domingos de frío, de los días tristes… o de los días felices que había que celebrar con algo dulce.
La receta es de mi abuela. Una mujer sencilla, de manos firmes y voz dulce, que no necesitaba ni báscula ni cronómetro: cocinaba a ojo, pero con una precisión que ya quisiera un chef con estrella. Su arroz con leche era medicina, era mimo, era hogar.
Recuerdo un día que llegué del colegio llorando porque una compañera me había roto mi goma favorita. Una tontería, vista desde ahora. Pero para mí, en ese momento, el mundo se me vino abajo.
Mi abuela, sin hacerme demasiadas preguntas, me limpió la cara con el delantal, me sentó en la mesa y me dijo:
“El arroz con leche no arregla el mundo, pero mientras lo comes, parece que todo va mejor.”
Y así fue. Ese día aprendí que hay postres que te abrazan.
✅ Ponle canela a tu gusto
La receta es de mi abuela. Una mujer sencilla, de manos firmes y voz dulce, que no necesitaba ni báscula ni cronómetro: cocinaba a ojo, pero con una precisión que ya quisiera un chef con estrella. Su arroz con leche era medicina, era mimo, era hogar.
Consejo MariPili: si lo dejas reposar toda la noche, al día siguiente está incluso mejor. Y si lo sirves en cazuelitas de barro, directamente te lleva de vuelta a casa de tu abuela.
Este arroz con leche no es solo una receta: es una excusa para parar, para mimarte, para recordar que la cocina también es un lugar donde se sana.
Si hoy tienes el día torcido, no te compres un capricho, hazte arroz con leche. Ya verás cómo algo se recoloca dentro.